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martes, junio 21, 2005

Mejor que el cielo

No bastan las metáforas para endulzar el amargo trago de la muerte.
Me niego a ser llevado por la marea que suavemente conduce la vida humana a la inmortalidad y me desagrada el inevitable curso del destino. Estoy enamorado de esta verde tierra; del rostro de la ciudad y del rostro de los campos; de las inefables soledades rurales y de la dulce pretección de las calles. Levantaría aquí mi tabernáculo. Me gustaría detenerme en la edad que tengo, perpetuarmnos, yo y mis amigos; no ser más jóvenes, ni más ricos, ni más apuestos.
No quiero caer en la tumba como un fruto maduro. Toda alteración en este mundo mío me desconcierta y me confunde. Mis dioses lares están terriblemente fijos y no se los desarraiga sin sangre. Toda situación nueva me asusta. El sol y el cielo y la brisa y las caminatas solitarias y las vacaciones veraniegas y el verdor de laos campos y los deliciosos jugos de las carnes y de los pescados y los amigos y la copa cordial y la luz de las velas y las conversaciones junto al fuego y las inocentes vanidades y las bromas y la ironía misma, ¿Todo esto se va con la vida? ¡Y vosotros, mis placeres de medianoche, mis infolios? ¿Habré de renunciar al intenso deleite de abrazaros? ¿Me llegará el conocimiento, si es que me llega, por un incómodo ejercicio de intuición y no ya por esta querida costumbre de la lectura?

CHARLES LAMB, Elia (1823)
Extraído de "El libro del cielo y el infierno" de Jorge Luis Borges